Turismo funerario

¿Habéis hecho turismo funerario? Yo confieso que no, en el sentido estricto de la expresión, es decir, ir exclusivamente de turismo funerario, persiguiendo tumbas de personajes famosos, o a recorrer rutas de cementerios conocidos, o edificados y urbanizados por arquitectos de renombre, o de culturas diversas con su idiosincrasia particular y su modo tradicional de alojar a los muertos.

Lo que sí he hecho es visitar cementerios en mis viajes. Me gusta. Recuerdo el Cementerio del Bosque del arquitecto Gunnar Asplund, en Estocolmo; el variopinto camposanto Père Lachaise en París, del que rescato una fotografía; me acuerdo también de esas tumbas árabes diseminadas por las orillas de los caminos, como por ejemplo, las de la subida al Café de Pierre Loti en Estambul, en las colinas de Eyüp... y por supuesto el de mi ciudad, Valencia.

Más allá de lo morboso que puedan resultar estos recorridos, se trata de admirar los ritos y costumbres de las diferentes culturas, de coleccionar fotografías de tumbas populares o de curiosear ese mini-urbanismo de las necrópolis, tan variado, aún en un solo país. Mención aparte merecen la escultura funeraria, la estética lapidaria y los epitafios, que constituyen géneros en sí mismos.

Escuchando la radio ayer, hablaban sobre los distintos modos de festejar a los muertos según las culturas y los países, y es con esto con lo que me quedo de atractivo, para planificar algún año pasar el puente de Todos los Santos fuera. Con la vuelta a la "tierra" de los difuntos mexicanos celebrada con grandes banquetes del gusto de los finados, o con los camposantos polacos iluminados con cientos de lámparas y velas, cuyo espectáculo debe ser inolvidable.

Algún día...